miércoles, 28 de diciembre de 2016

Siglo XXI: vigilia de cámaras

NUEVOS RUMBOS 
EN LA DOCUMENTACIÓN DE LO REAL



















Si la Patria ya superó los 200 años, el cine documental acusa aproximadamente la mitad. Durante muchos tiempo, este singular abordaje audiovisual que se ocupa de la díscola materia de la realidad - en cuanto a afluencia de público y fomento a su producción - ocupó el sitial de “Patito Feo” del Séptimo Arte, hasta que surgieron los primeros maestros y filmes-escuela: Robert Flaherty y Nanuk, el esquimal; Joris Ivens y Tierra de España; Raymundo Gleyzer y Méjico, la revolución congelada…

En 1958, el humilde carácter del holandés Bert Häanstra se vio conmovido por el primer Oscar de la Academia otorgado a un filme documental: su obra Vidrio, que homenajea a los artesanos sopladores de cristal emulando una sesión de jazz, hace honor a la definición que se atribuye al sociólogo escocés John Grierson, quien caracterizó a nuestra profesión como un “tratamiento creativo de la realidad”.

Argentina cuenta con una vasta tradición documental, que para muchos especialistas halla un hito fundacional en la inauguración de la Escuela de Cine del Litoral, en la provincia de Santa Fe, cuyo mentor - el maestro Fernando Birri - importó la mirada neorrealista desde la Roma de posguerra a nuestra pampa gringa.

En la crisis de 2001, salvo honrosas excepciones, el documental  - sujeto a la convención de busto parlante y locución en off sobre imágenes de archivo - aparecía ante el público joven como el ejemplo más palmario de un cine aburrido. Entonces, se produjo una auspiciosa confluencia de factores que enamoró a una nueva generación con este tipo de cine. Un pueblo movilizado pisoteaba el Estado de Sitio superando así las últimas secuelas del terrorismo ideológico y revalorizando la política y la historia, mientras irrumpía en el mercado una tecnología accesible y
dúctil que propiciaría un escenario de cámaras alertas.

El asesinato del presidente Kennedy se registró desde un único punto de vista y aún sigue impune;
sesenta años después, el de los piqueteros Kosteki y Santillán fue plasmado en incontables registros que posibilitaron, a la fecha, meter preso por lo menos a los ejecutores materiales de ese crimen.1

¿Qué ha sido de este tipo de cine desde que registrar La salida de los obreros de la fábrica se intuyó diferente a inventar Un viaje a través de lo imposible?

- Por lo pronto, se derrumbaron los compartimentos estancos que separaban documental de ficción: un ficcionalista como Pablo Trapero se permite incrustar a su actriz de cabecera en medio de una población carcelaria real y sujeta a escasas consignas, y un documentalista como Michael Moore no elude ni el paso de comedia, ni el videoclip, ni la animación. Es más, con su película Vals con Bashir, el israelí Ari Folman inaugura la categoría de animación documental.

- El yo del documentalista va apareciendo desprejuiciadamente en cada vez más obras.

- La miniaturización creciente de los equipos de registro propicia climas narrativos de gran intimidad.

Tal vez nuestro mayor dilema sea repensar el rol del documentalista ante un escenario en el que todos somos potenciales corresponsales y lo privado irrumpe en la esfera pública con gran potencia. Ahora que una quinceañera presenta en sociedad el periplo audiovisual que va de su primera ecografía hasta la llegada en limusina al salón de fiestas; una pareja interrumpe el acto sexual para corregir el encuadre y colgar luego su intimidad en Youtube; un curso comercializa en el colegio el registro en celular del linchamiento a la estudiante más bonita…

Acaso nuestra función consista en dar la batalla por el sentido de las imágenes circulantes, generalmente arrebatado por un poder global que no deja de alienarnos. Quizás este presente nos esté imponiendo seguir los pasos de Guamán Poma de Ayala convirtiéndonos en cronistas de un siglo nuevo, al rescate de verdades tan antiguas como el hombre.


1 El 26 de junio de 2002, las principales organizaciones de desocupados del país realizaron una jornada de protesta por diversos reclamos. En esta ocasión, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán – piqueteros del nucleamiento Movimiento de Trabajadores Desocupados “Aníbal Verón”– fueron asesinados por la policía en inmediaciones de la estación ferroviaria de la localidad bonaerense de Avellaneda. En 2006, Alfredo Fanchiotti y Alejandro Acosta fueron encontrados culpables de los crímenes y condenados a prisión perpetua.